jueves, 19 de abril de 2012

La Era Axial: Sabiduría antigua para la crisis de hoy


En revista Somos N° 20 Abril 2012.
La llamada Era Axial fue un período decisivo y extraordinario en la historia de la civilización humana. Esta puede responder a nuestras actuales necesidades de una forma sencilla pero a la vez profunda, una transformación espiritual que tiene como eje central la compasión universal.

Por Javier Muñoz Salas

Claramente estamos viviendo un tiempo de crisis, un proceso de transformaciones profundas en las estructuras sociales establecidas. La amenaza del cambio climático, las señales de colapso en la economía de consumo, la desconfianza y el malestar hacia las instituciones políticas son algunas de sus expresiones. A partir de estas agitaciones se han generado diversas teorías que pretenden dar explicaciones a través de visiones apocalípticas que hablan de la proximidad del fin de mundo. Estas perspectivas no comprenden que los cambios son propios de la realidad histórica. Así, toda sociedad ha vivido tiempos de crisis y cada una las ha entendido como la peor de ellas.



En la situación actual, las religiones oficiales, que se ven a sí mismas como el sustento moral de las sociedades, hablan de una crisis de valores y, a su vez, han sido cuestionadas tanto en la legitimidad de sus dogmas como en sus prácticas. No son pocos los que las han y las seguirán abandonando -situación que tampoco es propia sólo de nuestra época-. Con ello, nuevas espiritualidades se han abierto paso con movimientos de toda índole.
Lamentablemente, muchas de estas expresiones religiosas proponen un cuerpo ideológico, mítico y ritual ridículo. Sectas platillistas, grupos cazadores de conspiraciones, tendencias metafísicas con escaso sustento, entre otros, no hacen honor alguno a la inteligencia humana. A menudo, ni siquiera representan un cambio en la forma de vida de las sociedades, como autoproclaman, sino que continúan -con sus libros, charlas, terapias y mercadeo- retroalimentando el consumo y el capitalismo más brutal. Como bien plantean Joseph Heath y Andrew Potter en su ensayo “Rebelarse vende” la contracultura no representaría amenaza alguna para el sistema, sino un negocio más.

Otros consiguen sus respuestas en las conspiraciones para salir de la crisis buscando en la historia. En ella, sin embargo, ponen el acento en las catástrofes y las teorías apocalípticas, alimentando las paranoias y todo tipo de angustias mentales persecutorias.
Creo absolutamente en el precepto que hoy tiene tanto eco, la unidad del todo, pero también creo que hay que limpiarla de toda metafísica innecesaria y absurda, de gurús que manejan Rolls-Royces e instalan resorts llamando a una vida sencilla; de grupos que esperan que bajen los extraterrestres para que la humanidad mejore; de personajes que se autodefinen místicos y cuyos complicados discursos cautivan a los crédulos y llevan la física cuántica a terrenos donde no es necesario llevarla; de sujetos que viajan por el mundo lucrando con técnicas terapéuticas mezclando ritos chamánicos, teatro y psicoanálisis en un resultado cómico. Todos ellos son un impedimento para la verdadera espiritualidad.

Ante este panorama, me surgen dos preguntas: ¿Estamos realmente ante una crisis social irremediable, como plantean los conspiracionistas? y ¿Es posible aferrarse a una espiritualidad que, ante este contexto, realmente dignifique la vida humana?

La era axial y nosotros

Existe una espiritualidad que creo da respuesta a esas preguntas, estudiada, interpretada y sintetizada a partir de una reflexión del filósofo alemán Karl Jaspers. En su libro “Origen y meta de la Historia” (1951) él intenta buscar un sentido a la historia universal, encontrando un punto de inflexión en el desarrollo de la civilización. Observó que entre los siglos VIII y III a. C. se desarrolló en distintas partes del mundo un movimiento que podía marcar una línea divisoria clara y universal en el desarrollo de la humanidad. Le llamó el tiempo eje o la Era Axial, pues fue entonces cuando nacieron las grandes tradiciones religiosas que llegan hasta el día de hoy. Para Jaspers fue el momento decisivo en el progreso espiritual de la humanidad. Lo curioso era que en distintas partes y sin contactos entre sí, pueblos y seres humanos llegaron a conclusiones semejantes.

Esta idea ha sido retomada en el último tiempo por la notable historiadora de las religiones Karen Armstrong, quien, en su libro “La Gran Transformación” (Paidós 2007) explora el origen y el alcance de estas expresiones.

Lo interesante es que el fenómeno de la era axial puede responder a nuestra situación actual sintetizada en las dos preguntas efectuadas más arriba. Hoy tenemos la creencia que el escenario mundial es tan crítico que solo puede esperarse el colapso generalizado -de ahí que muchos recurran a las profecías mayas- y ante tal desolación no habría propuestas serias de solución a los problemas.

Al revisar la historia con sensatez, nos damos cuenta que los seres humanos siempre han creído vivir en un momento crítico y que otros efectivamente los han vivido. El cómo han reaccionado las sociedades a las que les ha tocado vivir dicho desafío es lo que ha marcado la diferencia. Los mismos mayas fracasaron ante sus retos, como plantea Jared Diamond en su libro “Colapso” (2005). El daño ambiental que produjeron en parte de la península de Yucatán y el rechazo a cambiar frente al colapso social terminaron derrumbándolos.

Al igual que hoy, a principios del siglo VIII a. C., cuando se inició la era axial, el malestar se estaba extendiendo por el mundo, principalmente en Asia y parte de Europa. Era una época de extrema violencia y gran agitación política, social y económica. Había guerras, deportaciones, matanzas y destrucción de ciudades. En la religión, los sacrificios sangrientos eran el símbolo que organizaba la ritualidad trascendental. La vida guerrera era una actividad santificada por las religiones. Era como si el mundo avanzara hacia el cataclismo total.



Frente a esto en diferentes regiones, como Persia, Israel, Grecia, China e India, aparecieron numerosos sabios que empezaron a buscar nuevas soluciones. A partir de ciertas personalidades críticas al sistema, se gestó un extraordinario florecimiento de espiritualidades tan unidas en sus horizontes como desconectadas entre sí.
Con intervalos de tiempo pero casi contemporáneos, surgió en China la época en que Lao-Tsé enseñó su enfoque basado en la naturaleza, y el Tao y Confucio hablaba del buen gobierno. En Grecia, Sócrates rechazaba las especulaciones y creaba la Mayéutica, para hacer surgir dentro de los seres humanos una verdad más profunda. En Israel, Jeremías llamaba a liberar a los esclavos como muestra de la verdadera alianza con su dios. En India, el príncipe Sidharta Gautama abandonaba su palacio y llegaba a las Cuatro Nobles Verdades convirtiéndose en un Buda, y Mahavira rechazaba el sistema de castas, la autoridad de los textos vedas y los sacrificios rituales poniendo como centro de su doctrina la no violencia; nacía el jainismo. Estos son solo algunos representantes de este vasto periodo.

El espíritu de la era axial

Tal fenómeno no puede dejar de sorprender: regiones tan distantes y desconectadas entre sí llegaban a las mismas conclusiones por caminos distintos. En palabras de Armstrong, lo que importaba a las espiritualidades axiales no era lo que uno creía, sino cómo se comportaba. Es decir, si la gente se comportaba con amabilidad y generosidad con sus compañeros, podían salvar el mundo. La autora recalca que el hecho de que todas estas espiritualidades dieran soluciones tan profundamente similares por caminos tan distintos sugiere que en realidad habrían descubierto algo importante sobre la forma de funcionar de los seres humanos.

Todos los movimientos axiales compartían algunos elementos fundamentales y sugerían ciertos consejos, que pueden ser sintetizados en dos, como principios rectores a la acción humana:

Primero, debe existir la autocrítica. La piedad exige que la gente acepte la responsabilidad de sus propias acciones; la reforma debe empezar por casa. Aunque las espiritualidades axiales también tenían sus defectos, como su indiferencia hacia las mujeres (cosa habitual en aquella época), la simpatía no puede limitarse a los de nuestro propio grupo. La empatía, según Armstrong, la Regla de Oro “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti” es la expresión misma de la bondad.

Estos programas no están diseñados para ofrecer estridentes explicaciones del mundo, sino destinados a erradicar el egoísmo. Ir más allá de los límites de sí mismo produce una satisfacción más honda que la simple complacencia propia. De ahí que muchas de estas visiones, salvo la teología de Israel, tengan como ideal la a-himsa, la no violencia. La paz interior llega en el sentir que Todo es Uno (ver recuadro con palabras de Lao Tsé).



El segundo consejo es seguir el ejemplo de los sabios axiales y llevar a cabo actos prácticos y efectivos, pues si la persona se concentra en trascender y se vuelve dogmática, puede desarrollar una tendencia inquisitorial que, según la terminología budista, sería “poco hábil”. Ningún pensador axial puso énfasis en la excesiva reflexión metafísica, algunos incluso contemplaban este tipo de especulaciones como algo torpe. La acción ética venía primero -acción compasiva, no ortodoxia-, en una vida sencilla.

La con-pasión hoy

En 2008, Armstrong ganó el Premio TED y pidió que se le ayudara a articular la “Carta por la Compasión”, un documento en torno al cual las religiones pueden trabajar juntas por la paz. Hoy la Carta recoge muchos de los elementos de la era axial y está disponible en: http://es.charterforcompassion.org/

Armstrong cree, finalmente, que los dramas, las catástrofes y la desesperación del mundo en que vivieron los sabios axiales fueron enfrentados de manera creativa. Ciertamente, con el tiempo, la espiritualidad axial se transformó, pero la enseñanza final que nos dejó es que siempre hay solución a los desafíos históricos, y que la revolución verdadera debe partir por un cambio práctico de respeto hacia los otros.

Soy un convencido, aunque parece obvio, que no será posible un cambio sustancial en el mundo y hacia una mejor calidad de vida si no cambiamos nosotros mismos. El comunismo, el capitalismo, el Islam, el cristianismo, el anarquismo, cualquier doctrina económica, política o religiosa no encuentra su verdadera realización si los sujetos no comprenden que lo que está en juego finalmente es vivir con un respeto profundo por la vida, es decir por todos los seres. Da lo mismo cualquier sistema, si no hay un principio fundamental al interior de cada uno de nosotros que lleve nuestra voluntad, sin tensión, en comunión con el todo. La palabra compasión viene de cumpassio, con-pasión, tal como el vocablo griego sympathia literalmente es "sufrir juntos", sentir, ser-juntos.

Para alcanzar la paz interior y exterior no son necesarias grandes explicaciones metafísicas ni vestir, comer u orar de determinada forma; no se requiere consumir libros y terapias de autoayuda sin más; no importa matricularse con alguna tendencia teórica; no es necesario que la solución venga desde fuera. Actuar, más que pensar o decir. La realización solo será completa cuando nuestra voluntad esté en comunión con la voluntad de la Vida. Cuando realmente respetemos a los otros. Nuestro ser estará completo cuando, independiente de las diferencias de los demás, comprendamos que somos Uno en el Espíritu de la Vida. 

Todos los días pueden ser el último... y el primero.

(recuadro 1:)
La suma bondad es como el agua.
El agua favorece a todas las cosas, pues no busca el poder.
Permanece en los lugares que otros desdeñan.
Por eso se asemeja a Tao.
En el vivir, halla el placer de la vida;
En el sentir, encuentra el sentimiento;
En la amistad, armoniza con todos;
En las palabras, es verdadero;
En el gobierno, es justo;
En el trabajo, conforme;
En la acción, oportuno;
Así al no haber lucha, no existe el daño.
Lao Tsé (Tao Te Ching, VIII)

(recuadro 2:)
¡Que todos los seres sean felices!
Débiles o fuertes, de condición alta, media o baja,
Pequeños o grandes, visibles o invisibles, cercanos o lejanos,
Vivos o todavía por nacer... ¡que todos sean perfectamente felices!
Que nadie mienta a nadie ni desprecie a ningún ser en ninguna parte.
¡Que nadie desee daño a ninguna criatura, por ira o por odio!
¡Amemos a todas las criaturas como una madre a su único hijo!
¡Que nuestros pensamientos afectuosos llenen el mundo entero, por encima, por debajo, a través...
Sin límites; una buena voluntad sin límites hacia el mundo entero, sin restricciones, libre de odio y enemistad.
Del Sutta- Nipata, poesía budista.
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